Un 7 de diciembre de 1997 mi papá y yo subimos nerviosos al segundo piso de la casa de Mazapa para ver sentados en el sillón la final León contra Cruz Azul. Todo ese torneo estuvimos yendo a los juegos. Sólo en la semifinal y la final no pudimos conseguir boletos. Eran tiempos en los que mi papá no escatimaba en gastar por su pasión a Cruz Azul, cuando no conseguiamos boletos la reventa era el recurso buscado.
Ese día ha sido uno de los más significativos en mi vida, un día en que mi papá y yo nos hicimos uno. Cuando Comizo le dio la patada en la cara a Hermosillo y el árbitro marcaba penal, gritamos como locos, mi papá decía, ya estuvo, ya estuvo. Era drámatico ver escurrirle la sangre al que ese momento era nuestro mejor jugador, el que cuando metió el balón se convirtiera en un ídolo, en un héroe y que le trajera a mi papá una gran felicidad que lo hizo hasta llorar, nunca jamás había lo había visto llorar. Me abrazó, me cargó, nuestro corazones parecían que querían salirse.
Mi papá buscó la inmensa bandera que teníamos de Cruz Azul, esa que estaba guardada para una ocasión así, me dijo que lo ayudara, subimos a la azotea y le ayude a ponerla en el tubo más alto que encontramos, el de la antena de televisión.
Y desde muchos puntos del pueblo y por algunas semanas se pudo ver esa bandera azul, ondeando por el aire.
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